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Contra la innovación

marzo 24, 2013

innovacion

Lo escuchas en todos lados. Como parte de la retórica común cuando se habla de tecnología, la innovación es un concepto comodín que es usado por un amplio espectro social: el gobierno de turno que crea fondos para la innovación, el emprendedor que exhibe en sus chapas ser un innovador, el mundo científico que cree que sin innovación no hay investigación.

Somos una sociedad que no retrocede. Todos estamos tocados por la varita de la revolución tecnológica. Innovamos, no conservamos. Pero ¿realmente lo hacemos? ¿La innovación está en contra del status quo?

Muchas de las voces contra la innovación sostienen que se trata de un concepto vacío, que nadie sabe bien a qué se refiere y que por lo mismo es usado en las más diversas situaciones. Por el contrario, hay otro que lo consideran un concepto que se acomoda demasiado bien en discursos conservadores. La innovación está, por así decirlo, repleta de significado.

En la economía, Jopseph Stiglitz identifica ciertas «innovaciones en las áreas equivocadas», como las que se concentran solo en buscar aumentar la productividad a través del ahorro de mano de obra ( las que habrían causado la crisis económica actual). El aspecto ideológico de la innovación, en esos términos, en innegable.

Evgeny Morozov va más allá desde el análisis de las propias tecnologías:

Smart technologies are not just disruptive; they can also preserve the status quo. Revolutionary in theory, they are often reactionary in practice.

Y es cosa de repasar algunas tecnologías cotidianas. ¿Cuántas de ellas son más bien dirigidas a la vigilancia? ¿Cuántas de las que se visten de innovaciones sociales no buscan más que reforzar la responsabilidad individual por sobre la política social? ¿Cuántas de ellas están diseñadas para reforzar prejuicios de etnia, género, edad o clase social?

La retórica de la innovación tiene un aspecto más patético cuando se usa en países no industrializados. Cuando no hay Silicon Valley, cuando no hay producción de tecnología y solo una enorme dependencia de ella en un puñado de países, la innovación devela toda su desnudez ideológica. Sujetamos un proyecto socio político que solo tiene una materialidad imaginada en esos cuentos tan lindos que nos cuenta Google.

Adiós, copyright

noviembre 17, 2011

Es tiempo de dejar de hablar sobre copyright, dice Cory Doctorow en su última columna para despedirse, para decirle adiós -sin sentimentalismos- a un abordaje sobre las problemáticas de regulaciones en Internet que, con el tiempo, se ha vuelto no solo poco práctico si no también despolitizado. Centrar argumentaciones, activismo y reflexión en la propiedad intelectual en Internet, simplemente, ya no funciona como antes o, al menos, como creíamos que funcionaba.

En la misma semana lo afirma también John Perry Barlow, el cofundador de la histórica Electronic Frontier Foundation (EFF):

«Es un momento crítico. […] Las grandes corporaciones quieren reducir el debate al tema de la propiedad intelectual, pero lo que está en juego es la libertad de expresión».

Justamente, uno de los grandes problemas al centrarnos en el copyright en el contexto digital es que, involuntaria o voluntariamente, se tiende a hacer técnico un debate que es puramente político. Obliga a centrarse en una pelea leguleya,  un tema que de todas formas desborda los límites técnico normativos para instalarse en el ámbito del bien común y los derechos humanos. Se privatiza en los especialistas un problema que debería ser parte de una agenda pública abierta.

Y el verdadero problema es que nadie ha aprovechado mejor que la mera discusión leguleya del copyright que «ciertas» industrias, caracterizadas por su impresionante despliegue de lobby en diversas dimensiones.

Las lecciones que con los años se nos hacen más claras es que la propiedad intelectual no se agota, ni por lejos, en un asunto de artistas ni mucho menos de industrias. El deber estratégico entonces es pasar de la alerta sobre cómo el copyright puede resultar un mecanismo perverso en múltiples aspectos de la creación y el acceso de obras (etapa, con matices, ya avanzada), a impulsar una discusión sobre el bien común de una sociedad que también se desenvuelve en el ámbito digital. Las palabras de Doctorow son elocuentes:

For so long as we go on focusing this debate on artists, creativity, and audiences – instead of free speech, privacy, and fairness – we’ll keep making the future of society as a whole subservient to the present-day business woes of one industry.

*Foto CC BY zensursula.

Levrero y la cultura libre

noviembre 5, 2011

[A continuación, la transcripción de un fragmento de «La novela luminosa» del uruguayo Mario Levrero. Más allá del software o la cultura libre de forma particular, el autor se permite reflexionar a tono en un libro que tiene suficientes pergaminos como para entusiasmarse al encontrar estas líneas].

Viernes 29 (de diciembre de 2000), 00.49.

[…]

Conclusión: los derechos de autor, que es en definitiva lo que uno paga por usar un programa, son completamente irreales. Para que haya robo, debe alguien apropiarse indebidamente de un objeto material. O debe tener beneficios materiales del trabajo de otro. Por ejemplo, si usted compra un libro mío, lo copia e imprime una cantidad de ejemplares para venderlos, me está robando. No me estaría robando si imprimiera una cantidad de ejemplares y los regalara.

Cuando yo «robo» un programa estoy haciendo uso del derecho a la cultura, que no es propiedad privada de nadie. Los programas que «robo» no me producen dinero; al contrario, me hacen perder el tiempo. No obtengo ningún beneficio material de ellos. La cultura, los productos de la inteligencia y la sensibilidad, es algo que debe circular libremente, gratuitamente, porque no puede ser propiedad privada de nadie, ya que la mente no es propiedad privada de nadie.

[…]

Habría que configurar una fórmula para que los artistas pudieran sobrevivir sin necesidad de traficar con sus derechos de autor; habría que aniquilar ese podrido sistema de editores chupasangres, al libro como objeto, a las persecuciones por copiar o piratear. Es cierto: el escrito que acierta con un tímido acorde con el gusto popular, puede enriquecerse de la noche a la mañana (difícilmente en este país, claro), y ni qué hablar de los autores de software. Pero todos sabemos que ese enriquecerse es también una forma de empobrecerse y, de todas modos, los que quieran entrar en ese sistema, de acuerdo, allá ellos.

No tengo idea de cómo podrá resolverse el problema de los artistas y autores de software (ellos también artistas, a su manera), pero la cosa seguramente no viene por el lado de los porcentajes que se cobran por derechos de autor».

Derechos humanos e Internet: tres textos

diciembre 7, 2010

En el contexto sobre el caso Wikileaks (pero que perfectamente podría ser otro más o menos importante, más o menos actual) y por sobre todo, más allá de la suerte de Assange, quizás sea necesario recordar por qué es importante reconocer los derechos humanos implicados en la esfera de Internet.

El tema, por cierto, no es nuevo y a continuación hay una suerte de rápida barrida de tres documentos que, en su diversidad, apuntan a lo mismo: la necesidad imperiosa de que como ciudadanos no dejemos que Internet sea un espacio monopolizado por intereses meramente estatales y/o corporativos.

El 8 de febrero de 1996, en Davos, Suiza, John Barlow (Cofundador de la Electronic Frontier Foundation) publicó «A Declaration of the Independence of Cyberspace». En ella, Barlow se refiere de forma vehemente a los gobiernos del mundo industrial que amenazan la libertad de los ciudadanos en el ciberespacio. Quizás, por ser también un poeta reconocido, muy literariamente afirma:

These increasingly hostile and colonial measures place us in the same position as those previous lovers of freedom and self-determination who had to reject the authorities of distant, uninformed powers. We must declare our virtual selves immune to your sovereignty, even as we continue to consent to your rule over our bodies. We will spread ourselves across the Planet so that no one can arrest our thoughts.

Poco después, el 12 de noviembre de 1997, Robert B. Gelman pone en discusión el documento «Declaration of Human Rights in Cyberspace» basado en la declaración universal de los derechos humanos que, para muchos, significa una inspiración aún demasiado conservadora para los nuevos problemas que se estaban enfrentando en Internet.

THIS DECLARATION OF HUMAN RIGHTS in CYBERSPACE as a common standard of achievement to the end that every individual and every organization of the information infrastructure, keeping this Declaration in mind, shall strive by teaching and education to promote respect for these rights and freedoms and by progressive measures, online and in the physical world, to secure their universal and effective recognition and observance, among service providers, individual and organizational users, and the institutions of humanity at large.

Cercana al año 2000, Susana Finquelievich compone desde Latinoamérica el texto «Derechos ciudadanos en la era de Internet: una propuesta tentativa» donde, a mi juicio, se incorpora la crítica a la sociedad de la información como forma cultural hegemónica y, desde allí, enumera una serie de derechos que buscan por sobre todo la no exclusión.

Las TIC, por sí mismas, no generan un incremento de al participación ciudadana, ni alientan la superación de barreras sociales o económicas. Las TIC no son intrínsecamente democráticas. Son (¿sólo?) herramientas para comunicarse, establecer lazos y relaciones, y servir como soporte a las masas de información en las que se basa el actual sistema económico-político. Pero el acceso a las TIC es la condición sine qua non, un paso indispensable para cualquier proyectos social que busque promover esos valores.

*Ilustración CC BY Mushon Zer-Aviv – NC – SA.

Breves comentarios sobre Wikileaks

diciembre 4, 2010

Navegando de forma rápida por Internet se pueden encontrar diversos comentarios muy interesantes sobre lo que han significado las filtraciones de Wikileaks. Por eso, brevemente me refiero al tema, en tres aspectos que me parecen claves:


UNO. ¿Seguridad o libertad de expresión e información? Esa es quizás una de las peleas de más larga data entre los espacios de las instituciones y los Estados modernos; v/s la ciudadanía y la conformación de la opinión pública. Pues el ganador de esta disputa ha sido casi siempre, de forma aplastante, la seguridad. Lo que nos hace sospechar –y con múltiples pruebas históricas, por lo demás– que esto se trata no de seguridad de los ciudadanos sino, de forma sustancial, de proteger la seguridad de estructuras de poder al servicio de más poder en detrimento de la democracia.

The real danger, it seems to me, is not the revelation of assorted classified material but our tendency to overreact, either to actual security threats such as the shoe bomber and the underwear bomber or, in this case, to a massive information dump. We’ve become so reactive to security concerns — and, at the same time, apathetic to threats to our own civil liberties — that we might, as a result of the WikiLeaks release, allow government agencies to step on the universal reach of the Internet or find ways to create exceptions to First Amendment freedoms», Timothy J. McNulty en CNN.

DOS. De esto se trata –y se tratará– Internet: de la lucha entre el poder institucional de estructuras económicas v/s los derechos de la sociedad civil. Porque si alguien (y sospecho, muchos) creía que esta figura ideológica de la sociedad de la información se trataba de igualdad o de un nuevo estadio de desarrollo mejor y más próspero para las personas, estaba equivocado. Esto es sobre lucha de poderes. De hegemonía económica e institucional versus derechos de las personas. A preocuparse cuando Google toma una posición dominante en el mercado, a comprender lo grave que es la aún poca presencia de regiones del mundo en la red, a estar mucho más asqueados cuando por causa de «la seguridad» de procedimientos reñidos con la democracia y la transparencia se censura con presiones inaceptables como las recibidas por Wikileaks.

«What’s really hard about this is that we perceive the web to be a public space, a place where you should be able to go and set up your soapbox and say whatever you want to say to the world. The truth is, the web is almost entirely privately held. So what happens here is that we have a normative understanding that we should treat this like public space—that you should have rights to speak, that no one should constrain your rights—but then you discover that, basically, you’re holding a political rally in a shopping mall. This is commercial speech, controlled by commercial rules», Ethan Zuckerman en Columbia Journalism Review.

TRES. Wikileaks no solo ha cambiado la forma de ver Internet, sino que además, fundamentalmente, ha puesto en ridículo el ejercicio periodístico ya acostumbrado en su mayoría a ser un patético publireportaje en rotativo. Muchas han sido los bytes gastados en discutir sobre la  muerte de la prensa escrita debido a las tecnologías digitales. La verdad es que resulta incomprensible este tipo de preocupaciones: el periodismo, como ejercicio democrático, está en estado de coma mucho antes siquiera del advenimiento de Internet. Hoy Wikileaks produce un golpe de información que ni en los más febriles sueños de un periódico podría ocurrir, y solo recurre de manera instrumental a los medios para que algunos publiquen (unos, hay que decirlo, muy temerosamente) la información. Si nos preguntábamos qué era el periodismo, pues es Wikileaks. La prueba está en comprobar quién está siendo perseguido por las filtraciones y quién, detrás de un escritorio, corta y pega comunicados de prensa.

«Yo soy un editor. Y como editor, también dirijo, y soy portavoz de mi, nuestra, publicación. He estado involucrado en periodismo desde que tenía 25 años, cuando cofirmé el libro Underground, y actualmente, dado el estado de impotencia del periodismo, me parecería ofensivo que me llamaran periodista», Julian Assange en El País.

*Foto CC BY Kevin Lim NC – SA.

Entre utopía e ideología: «The Social Network» como retrato

noviembre 27, 2010

Alberto Fuguet, escritor chileno, publicó una crítica sobre la película «The Social Network» que indica, a mi gusto acertadamente, que la película logra ser un retrato del presente tan claro como si fuera el pasado. Al menos –y acá el afán de esta reflexión– de los imaginarios sociales que se levantan cuando se habla de las denominadas «Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación» (NTIC). Ese mundo donde, entre utopía e ideología, se delimita la figura del «emprendedor», de la eterna novedad, de la conectividad de 24 horas, de la genialidad temprana de chicos una tarde en el garage.

Ahí está, por ejemplo, el discurso de juventud excepcional y fresca que, en una aventura no planificada y «sin recursos», logra incubar una gran idea. La de Facebook, claro, pero también la de Microsoft (el personaje de Bill Gates sale en la película contando un episodio de la creación temprana de su empresa) o la de Napster (con el retrato de Sean Parker). Aunque  podría agregarse sin problemas la idea de Apple, Twitter, Flickr, etc.

Jóvenes que sacrifican todo –amistades, patrimonio, relaciones y un insospechado etcétera de por medio– por monetizar su sueño que ya no es de un millón de dólares, suma que aún con la burbuja de las «punto com» parece irrisoria, sino de miles de millones. Frontera en el que el dinero ya no es ni lo importante, sino la autoría original, esa cúspide de propiedad privada que el capitalismo ha sabido capitalizar como nadie.

Hombres jóvenes brillantes que a punta de desenfado logran que las industrias se pongan a sus pies; testimonios que quieren desterrar la idea de que los negocios son para viejos elefantes, sino para un «boy next door» con polerón GAP que puede acostarse con una estudiante cualquiera de Stanford: la venganza de los nerds 2.0.

«Lo nuevo» de las «nuevas tecnologías se predica de todo: de las propias tecnologías, de las personas que están cerca de ellas, del momento en que se vive, de las aplicaciones a la empresa e instituciones. «Lo nuevo» fundamenta la novedad del momento histórico calificado como «era» (de la información, digital) (2006, Cabrera, D., p.166).

Retrato perfecto de una industria multimillonaria donde al trabajo de 24 horas «conectado» nadie osa llamarlo esclavitud sino pasión juvenil, tal vez entregados a la devoción de la novedad eterna del «next big thing» que siempre será mejor; porque el futuro no es mañana, como en Latinoamérica acostumbramos a pensar, sino está siendo creado hoy por un par de chicos en su cuarto en algún rincón del mundo desarrollado que es, por cierto, más blanco, clase media alta, joven e indudablemente masculino que otra cosa.

Esperaremos sentados, sin mucha suerte, que Wired retrate la nueva red social mundial creada por una mujer mestiza de mediana edad de Bolivia o Chile.

La tecnología ya no está hecha para la dominación de la naturaleza, sino para la de la sociedad. Millones de personas alrededor del mundo publican e hipotecan su información privada a corporaciones que comprendieron, hace mucho rato, que hoy la tecnología no necesariamente se trata de guerra sino de crear más mercados.

El imperativo comunicacional es tienes que estar conectado, es decir, enchufado: a la red telefónica, mediática, pero también a la red financiera y a la estatal. Es la «videoética de la conexión continua» de la que habla Jean Baudrillard. Los enchufes a la red son los verdaderos «medios de comunicación»: la computadora, los receptores televisivo y radiofónico, el teléfono fijo y el móvil, los documentos de identidad, la tarjeta de crédito y, en general, todas las tarjetas magnéticas y/o con chips. Esto es la verdadera «Internet»: la red -social- de redes -institucionales- donde el individuo es una terminal conectada (2006, Cabrera, D., p.143).

Mercados que tiene en los usuarios, en los políticos, en los creadores y gurús una suerte de triangulación discursiva que nos convence de que no podemos quedarnos abajo de una verdadera «revolución» tecnológica que nadie sabe bien hacia donde llegará. Aunque, al final de la noche, podríamos apostar con los ojos cerrados quiénes serán los beneficiados de siempre.

Publicaciones académicas online y acceso al conocimiento: el caso chileno

noviembre 28, 2009

Este año, Alberto Cerda, director de estudios de la ONG Derechos Digitales, publicó «Políticas Editoriales de Publicaciones Académicas en Chile”, libro que se concentró en las políticas de sumisión, distribución, difusión y licenciamiento de contenidos de las publicaciones académicas chilenas.

Resumiendo algunos de los hallazgos más importantes de esta investigación, Claudio Ruiz y yo, ambos parte también de ONG Derechos Digitales, publicamos el artículo “Publicaciones académicas online y acceso al conocimiento: el caso chileno” para el primer número del boletín virtual “Abre”, dependiente de la Red Iberoamericana de TIC y Educación (RIATE).

A continuación, su resumen:

Iniciativas como el Open Access se constituyen como respuestas a la necesidad de resolver los problemas que normativamente representan para el acceso al conocimiento científico las legislaciones locales. Un estudio realizado en Chile examina atentamente las políticas de acceso de más de 270 publicaciones académicas nacionales, dando cuenta de las dificultades y avances que ellas contienen desde esta óptica. La masificación de respuestas privadas como Creative Commons o la creación de repositorios institucionales resultan importantes, como asimismo la reflexión crítica respecto del estado actual de la normativa de derechos de autor, hoy desequilibrada en detrimento de las garantías de acceso.

El boletín completo puede ser encontrado acá.

*Foto CC BY ex_libris_gul – NC – SA

Jaques Ellul y la inexistente neutralidad de la Tecnología

noviembre 1, 2009

Algunas implicancias culturales de los juegos de rol online

septiembre 13, 2009

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Para ser sincera, jamás he tenido contacto con gente que participe en juegos digitales del tipo MMORPG’s (Massive Multiplayer Online Role Playing Games). No obstante, siempre me ha llamado la atención la importancia crucial que se le otorga a juegos como World of Warcraft (WoW), incluso como para vanagloriarse y poner su nivel de juego en el currículum laboral o, en su caso, político. ¿Qué clase de mérito puede significar encerrarse horas para pasar etapas en estos juegos? ¿Qué significado implica ser un eximio jugador de WoW para una comunidad? Solo como pequeñas pistas para seguir desentrañando este tipo de reputados juegos, hago un listado con algunos hechos que me han parecido interesantes:

  • Al parecer, hay un valor educativo en la construcción de decisiones de un jugador en su recorrido del juego, sobre todo porque no se juega contra la predictibilidad de las decisiones de un computador, sino que con la de otros individuos. Aquella libertad que permite el «ambiente virtual» de este tipo de juegos, haría que se puedan entrenar ciertas destrezas como el trabajo en equipo, su sociabilización, su identidad, etc., las que se supone, se podrían reflejar luego en «el mundo real».
  • Tanto es así, que no han sido pocos los intentos metodológicos de usar este tipo de herramientas digitales como motores de ciertos cambios en aspectos sociales relevantes. Es, por ejemplo, el caso del trabajo de Amy Bruckman del MIT y los cambios de género que muchas veces hacen los participantes en las realidades sociales de los MUDs (Multi-User Dungeons): «Gender swapping is one example of ways in which network technology can impact not just work practice but also culture and values».
  • Como Scott Rettberg ha dicho, los MMORPG’s como WoW tienen un popular impacto en las empresas que los han adaptado, pues a través de ellos, los empleados (ahora jugadores) aprenden no solo destrezas, sino valores ideológicos a través del juego, del espectáculo: (WoW) “World of Warcraft players are both participating in the globalized economy as consumers and learning how to efficiently operate within it as “players” and good corporate citizens» (p.25).
  • Aquí, por cierto, vale la pena detenerse. Escudriñar el relato del juego, el poder en el discurso, es mucho más sabroso que lo que terminaría provocando el juego sobre un individuo o comunidad. Porque analizar el relato de WoW permite saber que los afanes del juego -muchas veces educacionales- están teñidos también por estructuras de poder determinadas, en este caso por el capitalismo, donde el jugador que mejor se adapta a ellas, que no se rebela, que acata las reglas de un juego que traspasa las pantallas de un computador, es premiado. Así, con este contexto más amplio, uno se puede imaginar más claramente no solo los méritos que podrían significar de una persona el tener una mejor posición dentro de un juego como WoW, sino ciertos tipos de relaciones de este individuo con la sociedad.

No se trata de desechar las bondades de los MMORPG’s, pero tampoco  se debe pretender ignorar u ocultar las estructuras de poder que los relatos marcan, o que los participantes fuerzan. Es importante preguntarse si estos juegos permiten actitudes fuera de la norma como la rebeldía y el desacato a reglas injustas o superadas culturalmente; o si el «otro» tiene espacio para un desarrollo libre; entre otras tantas instancias lejanas o molestas al relato dominante.

Con todo, MMORPG’s que permitan -aún de forma involutaria- pliegues o saltos en sus relatos donde se cuele lo discontinuo del absoluto hegemónico, pueden ser herramientas muy interesantes para provocar ciertas alertas sociales. En esto, el trabajo recién referido sobre los cambios de género de Bruckman puede resultar interesante para poner en la práctica la crítica de Butler, pues podría masificar la percepción de que el sexo biológico, la identidad de sexo y la conducta de sexo no son, necesariamente, un continuo sin contradicciones.

Espero más adelante poder reseñar el trabajo de Amy Bruckman y seguir, de a poco, sumergiéndome en los MMORPG’s.

Beatriz Preciado y la industria porno en internet

agosto 25, 2009
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Hay que leer a Preciado, que desde sus tecnologías del género, ilumina nuevas formas de pensar internet, incluso como formas de prótesis digitales. Buscando más, me encontré con sus siguientes palabras:

La industria pornográfica es hoy el gran motor impulsor de la economía informática: existen más de un millón y medio de webs adultas accesibles desde cualquier punto del planeta. De los 16.000 millones de dólares anuales de beneficios de la industria del sexo, una buena parte proviene de los portales porno de Internet. Cada día, 350 nuevos portales porno abren sus puertas virtuales a un número exponencialmente creciente de usuarios. Si es cierto que los portales porno siguen estando en su mayoría bajo el dominio de multinacionales (Playboy, Hotvideo, Dorcel, Hustler, etcétera), el mercado emergente del porno en Internet surge de los portales amateurs. El modelo del emisor único se ve desplazado en 1996 con la iniciativa de Jennifer Kaye Ringley, que instala varias webcams en su espacio doméstico y transmite en tiempo real un registro de su vida cotidiana a un portal de Internet. Las JenniCams producen en estilo documental una crónica audiovisual de sus vidas sexuales y cobran suscripciones semejantes a las de un canal televisivo (entre 10 y 20 euros mensuales). Por el momento, cualquier usuario de Internet que posee un cuerpo, un ordenador, una cámara de vídeo o una webcam, una conexión de Internet y una cuenta bancaria puede crear su propia página porno y acceder al mercado de la industria del sexo. Se trata de la entrada del cuerpo autopornográfico como nueva fuerza de la economía mundial. El resultado del reciente acceso de poblaciones relativamente pauperizadas del planeta (tras la caída del muro de Berlín, los primeros en acceder a este mercado fueron los trabajadores sexuales del antiguo bloque soviético; después, los de China, África y la India) a los medios técnicos de producción de ciberpornografía, provocando por primera vez una ruptura del monopolio que hasta ahora detentaban las grandes multinacionales porno. Frente a esta autonomización del trabajador sexual, las multinacionales porno se alían progresivamente con compañías publicitarias esperando atraer a sus cibervisitantes a través del acceso gratuito a sus páginas.

La industria del sexo no es únicamente el mercado más rentable de Internet, sino que es el modelo de rentabilidad máxima del mercado cibernético en su conjunto (sólo comparable a la especulación financiera): inversión mínima, venta directa del producto en tiempo real, de forma única, produciendo la satisfacción inmediata del consumidor en y a través de la visita al portal. Cualquier otro portal de Internet se modela y se organiza de acuerdo con esta lógica masturbatoria de consumo pornográfico. Si los analistas comerciales que dirigen Google o Ebay siguen con atención las fluctuaciones del mercado ciberporno, es porque saben que la industria de la pornografía provee un modelo económico de la evolución del mercado cibernético en su conjunto.

Hay que leer a Preciado. Probablemente una de las lecturas en español más entretenidas que he tenido en largo tiempo.